domingo, 5 de octubre de 2008

Celtíberos en la Guerra del Peloponeso

Primera espedición siracusana. (368 a.C.)

20 Al mismo tiempo que se realizaba esto, llegaron con las fuerzas de socorro de Dionisio que enviaba a los lacedemonios, más de veinte trirremes. Traían unos cincuenta jinetes celtas e iberos. Al día siguiente los tebanos y los demás aliados suyos desplegándose ocuparon completamente la llanura desde el mar y desde las colinas contiguas a la ciudad y destruyeron todo lo que había de utilidad en la llanura. Los jinetes atenienses y corintios no se acercaron mucho al ejército, al verlos fuertes y muy idualados. 

21 Mas los jinetes de Dionisio, aunque eran pocos, dispersándose por diferentes puntos y pasando al galope, lanzaban jabalinas mientras avanzaban y, después de lanzarse sobre ellos, se retiraban y dando la vuelta volvían a disparar jabalinas. Después de hacer eso se apeaban de los caballos para descansar; si alguien los acosaba cuando estaban apeados, montando se retiraban rápidamente; si a su vez algunos los perseguían alejándose mucho del ejército, cuando se retiraban les causaban males terribles atacando y lanzando jabalinas y obligaban a todo el ejército a avanzar y retroceder por su causa.

22 Después de esto los tebanos no permanecieron muchos días y volvieron a casa; igualmente todos los demás hicieron los mismo. Luego los de Dionisio atacaron Sición y en un combate en la llanura vencieron a los sicionios y mataron a unos setenta; también tomaron al asalto la fortaleza de Deras. Después de estos hechos las primeras fuerzas de socorro de Dionisio regresaron a Siracusa.

(...)

Segunda expedición siracusana

28 Mientras se hacía todo eso llegaron las segundas fuerzas de socorro de Dionisio. Los atenienses propusieron enviarlas a Tesalia obligatoriamente contra los tebanos y los lacedemonios a territorio laconio; se impuso entre los aliados la última proposición. Después de costear los de Dionisio hacia Lacedemonia, Arquidamo los unió a los suyos y emprendió la marcha con las tropas. Tomó Carias a la fuerza y degolló a los que cogió con vida. Desde allí marchón junto a los parrasios y saqueó con ellos el territorio de Arcadia. 

29 Después que acudieron los arcadios y argivos, se retiró y acampó en las colinas de Medea. Cuando estaba allí le dijo Císidas, el jefe de las fuerzas de Dionisio, que se le había cumplido el tiempo fijado de permanencia. Nada más comunicárselo partió para Esparta. Como al retirarse le cortaron el paso los mesenios en un desfiladero, envió mensajeros a Arquidamo y le pidió ayuda. Aquél, por cierto, le ayudó. Cuando llegaron a la desviación de Eutresis, los arcadios y argivos se acercaron a Laconia con la idea de cerrarle el paso a casa. Él formó para luchar allí donde hay una llanura en las encrucujadas del camino de Eutresis y de Medea, a la salida. 

30 Afirmaron que él los animó pasando delante de las compañías y diciendo lo siguiente: "Ciudadanos, si somos valientes ahora levantaremos la vista con la mirada pura, entregaremos la patri a los descendientes como la recibimos de nuestros padres; dejaremos de avergonzarnos ante nuestros hijos, mujeres, ancianos y aliados, entre los cuales antes éramos los más estimados de todos los griegos".

31 Dicho esto, dicen que aunque el tiempo era bueno, aparecieron relámpagos y truenos, buenos presagios para él; pues coincidía que junto al flanco derecho había un recinto sagrado y una estatua de Heracles [de quien era descendiente según se dijo]. En resumen, por todos esos síntomas afirmaron que los soldados habían cogido tanta confinza y audacia, que era un trabajo para los jefes contener a los que empujaban para avanzar. Cuando los llevó Arquidamo, murieron unos cuantos enemigos que resistieron cuando estaban al alcance de las lanzas, los demás cayeron en la huida, muchos por los jinetes, muchos por los celtas. 

32 Terminado el combate eriigió un trofeo e inmediatamente envió a la patria al heraldo Demóteles para comunicar la importancia de la victoria y que ningún lacedemonio había muerto, pero de los enemigos muchísimos. Afirmaron que todos los que lo oyeron en Esparta lloraron, comenzando por Agesilao, los ancianos y los éforos; efecivamente las lágrimas son comunes a la alegría y al dolor. Realmente con la suerte de los arcadios no se alegraron los tebanos y eleos mucho menos que los lacedemonios; tanto los aborrecían ya por su insolencia.


Helénicas, de Jenofonte, VII, 1.
Biblioteca Clásica Gredos, traducción de Orlando Guntiñas Tuñón.

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