Ver cuarta parte.
XVII ¬. Entre sus acciones de guerra no fue lo que menos admiración excitó lo ejecutado con los llamados Caracitanos. Este es un pueblo situado más allá del río Tajo, que no se compone de casas, como las ciudades o aldeas, sino que, en un monte de bastante extensión y altura, hay muchas cuevas y cavidades de rocas que miran al norte. El país que la circunda produce un barro arcilloso y una tierra muy deleznable por su finura, incapaz de sostener a los que andan por ella, y que con tocarla ligeramente se deshace como la cal o la ceniza. Era, por tanto, imposible tomar por fuerza a estos bárbaros, porque cuando temían ser perseguidos se retiraban con las presas que habían hecho a sus cuevas, y de allí no se movían. En ocasión, pues, en que Sertorio se retiraba de Metelo y había establecido su campo junto a aquel monte, le insultaron y despreciaron, mirándole como vencido; y él, bien fuese de cólera, o bien por no dar idea de que huía, al día siguiente, muy de mañana, movió con sus tropas y fue a reconocer el sitio. Como por ninguna parte tenía subida, anduvo dando vueltas, haciéndoles vanas amenazas; mas en esto advirtió que de aquella tierra se levantaba mucho polvo y que por el viento era llevado a lo alto: porque, como hemos dicho, las cuevas estaban al norte, y el viento que corre de aquella región, al que algunos llaman Cecias, es allí el que más domina y el más impetuoso de todos, soplando de países húmedos y del montes cargados de nieve. Estábase entonces en el rigor del verano, y, fortificado el viento con el deshielo que en la parte septentrional se experimentaba, lo tomaban con mucho gusto aquellos naturales, porque en el día los refrigeraba a ellos y a sus ganados. Habíalo discurrido así Sertorio, y se lo había oído también a los del contorno, por lo cual dio orden a los soldados de que, recogiendo aquella tierra suelta y cenicienta, la fueran acumulando en diferentes puntos delante del monte; y como creyesen los bárbaros que el objeto era formar trincheras contra ellos, lo tomaron a burla. Trabajaron en esto los soldados hasta la noche, hora en que se retiraron; pero por la mañana siguiente empezó desde luego a soplar una aura suave, que levantó lo más delgado de aquella tierra amontonada, esparciéndola a manera de humo, y después, arreciándose el cecias con el sol, y poniéndose ya en movimiento los montones, los soldados que se hallaban presentes los revolvían desde el suelo y ayudaban a que se levantase la tierra. Algunos corrían con los caballos arriba y abajo, y contribuían, también a que la tierra se remontase en el aire, y a que, hecha un polvo todavía más delgado, fuese empujada por aquel hacia las casas de los bárbaros, que recibían el cierzo por la puerta. Estos, como las cuevas no tenían otro respiradero que aquel sobre el que se precipitaba el viento, quedaron muy luego ciegos, y además empezaron a ahogarse, respirando un aire incómodo y cargado de polvo; por lo cual apenas pudieran aguantar dos días, y al tercero se entregaron; aumentando, no tanto el poder como la gloria de Sertorio, por verse que lo que no estaba sujeto a las armas lo alcanzaba con la sabiduría y el ingenio.
XVIII ¬. Mientras que hizo la guerra a Metelo, parecía que su buena suerte era en gran parte debida a la vejez y torpeza de éste, que no podía contrarrestar a un hombre osado, y caudillo más bien de una tropa de bandoleros que de un ejército ordenado; pero cuando, después de haber pasado Pompeyo los Pirineos, contrapuso al de éste su campo, y dieron uno y otro diferentes pruebas de toda la habilidad y pericia militar, y se vio que sobresalía Sertorio así en acometer como en saber guardarse, entonces enteramente fue declarado, aun en Roma mismo, como el más diestro para dirigir la guerra entre los generales de su edad. y eso que no era vulgar la fama de Pompeyo, sino que estaba entonces en lo más florido de su gloria, de resulta de sus hazañas en el partido de Sila por las que éste le apellidó Magno, que quiere decir grande, y mereció los honores del triunfo antes de salirle la barba. Por esta causa muchas de las ciudades sujetas a Sertorio, abandonaron después este propósito por el suceso de Laurón que salió muy al revés de lo que se esperaba. Teníalos sitiados Sertorio, y fue Pompeyo en su socorro con todas sus fuerzas. Había un collado en la mejor situación, frente a la ciudad, y el uno por tomarle, y por impedirlo el otro, movieron ambos de sus campos. Adelantóse Sertorio, y Pompeyo entonces, acudiendo con su ejército, lo tuvo a gran ventura, porque creyó que iba a coger a Sertorio en medio de la ciudad y de sus tropas; y avisando a los Lauronitas, les dijo que tuvieran buen ánimo y salieran a las murallas a ver sitiado a Sertorio. Mas éste, cuando lo supo, se echó a reír, y “Ya volviendo a aquel la vista, pensaban en mudanzas; pero le enseñaré yo- dijo al discípulo de Sila, porque así llamaba por burla a Pompeyo- que el general debe mirar mucho en derredor, y no precisamente delante de sí”; y en seguida hizo advertir a los sitiados que había dejado seis mil infantes en el primer campamento de donde había salido para tomar el collado, a fin de que, cuando Pompeyo le acometiese, lo tomasen éstos por la espalda. Echólo tarde de ver Pompeyo; así, no se atrevió a combatir, temiendo ser cortado, ni tampoco se resolvió de vergüenza a retirarse y abandonar a los Lauronitas en aquel peligro; mas fuele preciso estar presente y ser testigo de su perdición, pues aquellos bárbaros desmayaron y se entregaron a Sertorio. No tocó éste a las personas: antes, los dejó ir libres; a la ciudad, en cambio, la abrasó, no por cólera o por crueldad, porque entre todos los generales parece que fue éste el que menos se dejó llevar de la ira, sino para afrenta y mengua de los que tanto admiraban a Pompeyo: pues correría la voz entre los bárbaros de que, con estar presente y casi calentarse al fuego de una ciudad aliada, no le dio socorro.
XIX ¬. Sufrió Sertorio bastantes derrotas, no obstante que en sí mismo y en los que con él peleaban se conservó siempre invicto, sino en las personas de otros generales suyos; pero aún era más admirado por el modo de reparar estos descalabros que sus contrarios por la victoria, como sucedió en la batalla del Júcar [Sucrón] con Pompeyo, y en la del Turia con él mismo y con Metelo. De la del Júcar se dice haberse dado acometiendo Pompeyo, para que Metelo no tuviese parte en la victoria. Sertorio quería también combatir con Pompeyo antes que se le uniese Metelo, y reuniendo a su gente se presentó a la pelea entrada ya la tarde, reflexionando que las tinieblas serían a los enemigos, extranjeros e ignorantes del terreno, un estorbo para huir o para seguir el alcance. Trabada la batalla, hizo la casualidad que no estuviera él al principio opuesto a Pompeyo, sino a Afranio, que mandaba la izquierda, hallándose él colocado en su derecha; pero habiendo entendido que los que contendían con Pompeyo aflojaban y eran vencidos, encargó a la derecha a otros de sus generales, y pasó corriendo a la parte vencida. Reunió y alentó a unos que ya se retiraban, y a otros que se mantenían en formación, y cargando de recio a Pompeyo, que perseguía a los primeros, le puso en desorden, y estuvo en muy poco que no pereciese, habiendo salido herido y salvádose prodigiosamente; y fue que los Africanos que estaban al lado de Sertorio, cuando cogieron el caballo de Pompeyo engalanado con oro y adornado de preciosos arreos, al partirlos altercaron entre sí y le dejaron escapar. Afranio, desde el momento que Sertorio partió en socorro de la otra ala, rechazó a los que tenía al frente, y los llevó hasta el campamento, en el que se precipitó con ellos, y empezó a saquearlo. Era ya de noche, y no sabía que Pompeyo había sido puesto en fuga, ni podía contener a los suyos en el pillaje. Vuelve en esto Sertorio, que por su parte había vencido, y sorprendiendo a los de Afranio, que se aturdieron por hallarse desordenados, hizo en ellos gran matanza. A la mañana temprano armó sus tropas, y bajó de nuevo a dar batalla; pero, noticioso de que Metelo estaba cerca, mudó de propósito, y se retiró al campamento, diciendo: “A fe que al mozuelo éste, si la vieja no hubiera llegado, le habría yo dado una zurra y lo habría enviado a Roma.”
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