martes, 18 de noviembre de 2008

Vasconia o la España sin romanizar (III)

Vasconia no habría llegado a romanizarse integralmente, y la zona por ella vasconizada en fecha históricamente reciente habría salvado, en su hoya y hasta hoy, unas formas de vida que le habrían sido impuestas como resultado de su conquista por los vascones de Navarra y de Aragón. Lo abrupto y cerrado de los Pirineos navarro-aragoneses habría hecho posible la perduración en ellos de la herencia temperamental primitiva. La caída de Roma, al permitirles vivir a la intemperie histórica e inducirles a abandonar su postura receptiva, habría interrumpido el curso de su romanización. El dinamismo explosivo que padecieron o gozaron en seguida y los éxitos expansivos que obtuvieron afirmaron luego su personalidad ancestral. Y la perduración a lo largo de tres siglos, hasta el mismo día de la conquista musulmana, de sus luchas con la monarquía hispano-goda, completaron el doble proceso: de detención perdurable de la inconclusa romanización y de perdurable exaltación de sus tradiciones tribales. A la hoya vasca, situada en un minúsculo rincón aislado del mundo romano, sin riquezas entonces codiciables y de difíciles comunicaciones, había llegado la acción de Roma menos intensamente que al resto de España. Encerrados várdulos y caristios entre el mar y los montes, en una depresión que no llevaba a parte alguna, no pudieron atraer la atención de los colonizadores romanos. La presencia en Velegia-Iruña -todavía avanzado el siglo IV- de una importante guarnición imperial, según el testimonio de la Notitia Dignitatum, atestigua la escasa romanización del País poco antes de la caída del señorío de Roma en la Península. Por ello después de su vasconización -ésta implicaba simplemente la afirmación de los matices vitales y temperamentales de una tribu hispana vecina, de historia no disímil aunque más saturada de iberismo-, la nueva Vasconia, aislada en su pequeño solar, pudo convertirse en un sagrado reservorio de vasquismo y por tanto de hispanismo primigenio, mientras la auténtica Vasconia, menos cerrada, más en perpetuo contacto con las gentes del valle del Ebro y en uno de los eternos caminos de comunicación entre Hispania y la Galia, era arrastrada por el torbellino de la historia islámica de España.

He estudiado con detención el tema. Los contactos entre musulmanes y vascones empezaron en los mismos días de la invasión de España. Muza cruzó el solar de Vasconia al subir Ebro arriba en su última campaña del 714. Antes del 718 los invasores ocuparon Pamplona la primitiva tierra de los vascos siguió la misma suerte que las otras tierras peninsulares en aquella hora triste en que los islamitas conquistaron nuestra patria común. Otra vez se afirmó la comunidad de destinos de todos los hispanos.

Esa comunidad de destino llevó pronto a los españoles del Norte a alzarse contra sus dominadores musulmanes. Los astures se sublevaron con Pelayo en 718 y vencieron en Covadonga en 722; por entonces debieron también rebelarse los cántabros; los vascones sacudieron el yugo islamita después de la derrota de Poitiers del 732. Todos los septentrionales fueron duramente combatidos por 'Uqba (734-739); resistieron las gentes del Cantábrico, sucumbió Vasconia. La rebelión general de los berberiscos en África y España (739-740) y las guerras civiles que durante algunas décadas asolaron a Al-Andalus permitieron a todos salvarse de la grave amenaza; el reino de Oviedo pudo afirmar su libertad y los vascones pudieron recuperar la suya. La serrana y marítima monarquía asturiana abarcó una larga faja de tierra que iba desde el Finisterre al Pirineo. La loca geografía del País y el no olvidado secesionismo hispano dificultaron la unión de los gallegos y de los vascones al reino unido de astures y cántabros. Pero los soberanos ovetenses lograron a la postre la unidad. La aseguró un rey, hijo de una vasca, Alfonso II (791-842)
Entretanto la Vasconia primitiva, siempre más vinculada al valle del Ebro que la nueva Vasconia, siempre a su vez más hermanada con las gentes del Cantábrico, comenzó a vivir su propia vida. He logrado renovar la historia de los orígenes del reino de Navarra. A fines del siglo VIII Pamplona se hallaba sometida a Córdoba y era gobernada por un renegado de la familia hispano-goda de los Banu Qasi', llamado Mutarrif. Se alzaron contra él y le mataron los vascones no sabemos si por propia o extraña iniciativa. Para vengar su muerte, sus familiares, que señoreaban Tarazona y Borja, se aliaron con un caudillo de la Vasconia ultrapirenaica -¿de Bigorra?-, Iñigo Arista; juntos derrocaron a los asesinos de Mutarrif, se apoderaron del País y así surgió a la historia un nuevo reino en torno a Pamplona, no mucho después del año 800. Las vinculaciones consanguíneas y políticas entre las dos familias, vascona y muladí, permitieron a los Aristas y a los Muzas defenderse alternativamente de Aquistarán y de Córdoba. Y en adelante el nuevo reino, heredero directo de la Vasconia ancestral primigenia, vivió muy mezclado a las gentes de su propia estirpe ibérica.

La Vasconia clásica y la nueva Vasconia se separaron otra vez por casi tres siglos. La Euzcadi de hoy no había sido sometida por las huestes islamitas. La Crónica de Alfonso III, en oposición a las tierras que hubieron de ser repobladas -naturalmente por haber sufrido los zarpazos de la invasión muslim-menciona a Alava, Vizcaya y Orduña, como siempre poseídas por sus antiguos habitantes; y ello implica, claro está, que tampoco la lejana Guipúzcoa habría sido combatida por los mahometanos. En Córdoba empezaron a interesarse por la frontera oriental del reino de Oviedo a fines del siglo VII. Algunas huestes cordobesas aparecieron ya por Álava y Castilla en 792, 796 y 801; en este año fue terriblemente derrotado en las Conchas de Argazón un poderoso ejército islamita. Desde Córdoba fueron también atacados los Muzas del Ebro y los Aristas de Pamplona; los primeros se sometieron y su sumisión protegió a sus familiares y aliados pamploneses. Cerca de dos decenios se prolongó ese estado de cosas. Durante ellos los vascones de Navarra no fueron molestados por las tropas musulmanas Golpearon éstas, en cambio, sin descanso contra el solar de castellanos y alaveses. Parece pues seguro que éuscaros y vascones vivieron separados. Si la Euzcadi de hoy hubiera dependido de Pamplona, esos ataques no hubieran podido realizarse sin chocar con los Aristas y con sus aliados los Banu Muza; y fue precisamente un miembro de esa familia renegada quien en 839 invadió Álava al frente de las fuerzas cordobesas.

Las tierras vasconizadas en el siglo v -los vascos actuales- continuaron integrando por tanto el embrión de España bajo el gobierno del monarca de Oviedo. Y cabe deducir que colaboraron a las empresas comunes con lealtad y con entusiasmo, de la ausencia de todo movimiento secesionista vasco contra el Rey Casto durante el medio siglo que reinó en Asturias. A lo largo de esas cinco décadas el País Vasco resistió con heroísmo las acometidas sarracenas, como las resistieron cántabros, astures y gallegos, a cuyos destinos se hallaba gustosamente vinculado -los vascos defendieron a veces con los otros súbditos de Alfonso II los pasos de entrada a la Asturias transmontana. Mientras, el otro pueblo de habla éuscara vivía unido a los renegados del valle del Ebro, a quienes debían el poder los Aristas, y vivía de ordinario en paz con Al-Andalus. Sólo después de la ruptura entre navarros y muladíes, a mediados de siglo, por causas que he estudiado al examinar las relaciones de los vascos y los árabes, cambiaron los soberanos de Pamplona el rumbo de la política internacional y se acercaron a los reyes de Oviedo. Pero el último de los Aristas, Fortún, prisionero en Córdoba durante algunos años y abuelo de un príncipe andaluz -en su hija engendró el futuro emir Abd-Allah al padre de Abd al-Rahman III- siguió mediatizado por los islamitas cordobeses. Y fue preciso el golpe de estado del 905 -apoyado por Alfonso de Oviedo y por el conde de Pallars- para que en Navarra empezara a reinar una nueva dinastía, fiel aliada de los soberanos de Asturias y león contra los musulmanes.

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