viernes, 21 de noviembre de 2008

Vasconia o la España sin romanizar (IV)

La Vasconia clásica y la nueva Vasconia se separaron otra vez por casi tres siglos. La Euzcadi de hoy no había sido sometida por las huestes islamitas. La Crónica de Alfonso III, en oposición a las tierras que hubieron de ser repobladas -naturalmente por haber sufrido los zarpazos de la invasión muslim-menciona a Alava, Vizcaya y Orduña, como siempre poseídas por sus antiguos habitantes; y ello implica, claro está, que tampoco la lejana Guipúzcoa habría sido combatida por los mahometanos. En Córdoba empezaron a interesarse por la frontera oriental del reino de Oviedo a fines del siglo VII. Algunas huestes cordobesas aparecieron ya por Álava y Castilla en 792, 796 y 801; en este año fue terriblemente derrotado en las Conchas de Argazón un poderoso ejército islamita. Desde Córdoba fueron también atacados los Muzas del Ebro y los Aristas de Pamplona; los primeros se sometieron y su sumisión protegió a sus familiares y aliados pamploneses. Cerca de dos decenios se prolongó ese estado de cosas. Durante ellos los vascones de Navarra no fueron molestados por las tropas musulmanas Golpearon éstas, en cambio, sin descanso contra el solar de castellanos y alaveses. Parece pues seguro que éuscaros y vascones vivieron separados. Si la Euzcadi de hoy hubiera dependido de Pamplona, esos ataques no hubieran podido realizarse sin chocar con los Aristas y con sus aliados los Banu Muza; y fue precisamente un miembro de esa familia renegada quien en 839 invadió Álava al frente de las fuerzas cordobesas.

Las tierras vasconizadas en el siglo v -los vascos actuales- continuaron integrando por tanto el embrión de España bajo el gobierno del monarca de Oviedo. Y cabe deducir que colaboraron a las empresas comunes con lealtad y con entusiasmo, de la ausencia de todo movimiento secesionista vasco contra el Rey Casto durante el medio siglo que reinó en Asturias. A lo largo de esas cinco décadas el País Vasco resistió con heroísmo las acometidas sarracenas, como las resistieron cántabros, astures y gallegos, a cuyos destinos se hallaba gustosamente vinculado -los vascos defendieron a veces con los otros súbditos de Alfonso II los pasos de entrada a la Asturias transmontana. Mientras, el otro pueblo de habla éuscara vivía unido a los renegados del valle del Ebro, a quienes debían el poder los Aristas, y vivía de ordinario en paz con Al-Andalus. Sólo después de la ruptura entre navarros y muladíes, a mediados de siglo, por causas que he estudiado al examinar las relaciones de los vascos y los árabes, cambiaron los soberanos de Pamplona el rumbo de la política internacional y se acercaron a los reyes de Oviedo. Pero el último de los Aristas, Fortún, prisionero en Córdoba durante algunos años y abuelo de un príncipe andaluz -en su hija engendró el futuro emir Abd-Allah al padre de Abd al-Rahman III- siguió mediatizado por los islamitas cordobeses. Y fue preciso el golpe de estado del 905 -apoyado por Alfonso de Oviedo y por el conde de Pallars- para que en Navarra empezara a reinar una nueva dinastía, fiel aliada de los soberanos de Asturias y león contra los musulmanes.

Los dos pueblos de habla vasca siguieron separados: los vascos de hoy continuaron unidos a los otros pueblos cristianos, regidos desde Oviedo y en seguida desde León, la nueva sede regia. Durante muchas décadas alaveses y vizcaínos resistieron, unidos a los castellanos, los ataques de los últimos cachorros de los Banu Muza. Los vascos contribuyeron con sus hombres y su espíritu al nacimiento de Castilla; y del condado de Castilla formaron parte esencial durante el siglo x. Los documentos acreditan la importancia de la aportación vasca a la colonización de las nuevas tierras castellanas y atestiguan la extensión de la autoridad condal de Fernán González y de sus sucesores hasta muy dentro de la tierra éuscara. Integró ésta por tanto la nueva comunidad histórica llamada a los más altos destinos; y dió con ella sus primeros pasos en la historia. Sólo a fines del siglo x Navarra se anexionó una parte de Alava y sólo en 1029, tras la crisis de la dinastía condal castellana, Sancho III el Mayor incorporó a su reino la nueva Vasconia -la Euzcadi de hoy- y la Castilla de antaño, que así siguieron juntas su declinación hacia Pamplona. Castilla se separó de Navarra en 1035 y fue despaciosamente recuperando sus fronteras primitivas En 1076, a la muerte de Sancho el de Peñalén, Vizcaya volvió al redil castellano. Con la primitiva Castilla fue unida otra vez a Navarra por Alfonso I el Batallador, rey también de Aragón (1109), pero desde la muerte de este rey (1134) formó siempre parte de la Corona de Castilla. La rigieron, sí, señores poderosos pero dependientes de los reyes castellanos, como de ellos dependieron los otros muchos grandes señores del reino castellano-leonés a través de los siglos A fines del XII se incorporaron también a Castilla Alava y Guipúzcoa, la última voluntariamente. Y desde entonces el País Vasco, del cual sólo dos porciones habían vivido menos de dos siglos unidas a Navarra, vivió hasta hoy la historia de Castilla. Y con Castilla la historia de España. Cierto que las poblaciones de la costa vasca firmaron a veces pactos con potencias marítimas del Atlántico, pero otro tanto hicieron las ciudades marineras castellanas. Juntos castellanos y vizcaínos integraron una "nación" en Brujas y tuvieron la misma capilla hasta que se pelearon por cuestiones de preeminencia.

Con Juan I los reyes de Castilla fueron incluso señores de Vizcaya. Desde entonces los vascos de hoy han vivido hombro a hombro con los otros hispanos las horas alegres y las horas tristes de España. Han gozado de todas las ventajas que les procuraba el ser españoles y nunca han levantado las cargas que algunos los otros españoles soportaban -ya en el siglo XIV los castellanos protestaron de que los vizcaínos no pagasen como ellos alcabalas y sisas.

El patriotismo español de los vascos se hizo notorio cuantas veces corrió peligro su unión con Castilla. Reaccionaron unitariamente contra el acuerdo de Pedro I y el Príncipe Negro, por el cual el Rey Cruel cedía a Inglaterra el País Vasco, como compensación de la ayuda de las huestes inglesas contra su hermano Enrique II. Durante las frustradas negociaciones entre Enrique IV y Luis XI en torno al matrimonio de la Beltraneja y el Duque de Guiena, cuando el Impotente rey de Castilla estaba pronto a ceder el litoral vascongado, los vascos volvieron a alzarse contra su apartamiento de la Corona castellana -lo cuenta Mosén Diego de Valera- y obligaron a Enrique IV a jurar que nunca serían separados de Castilla. Fueron luego entusiastas partidarios de Isabel y Fernando en los comienzos de su reinado y defendieron heroicamente la frontera española contra Francia.

A principios del siglo XVI se sentían tan unidos a Castilla que, según Zurita cuenta, en 1508 solicitaron sú incorporación a las cortes castellanas y no entraron en ellas porque el espíritu caballeresco de los procuradores entendía, estúpidamente, la asistencia a aquéllas como un privilegio y no querían compartirlo con nadie -unas décadas antes se habían opuesto a la entrada en las cortes de los representantes de Logroño. Y porque el Rey Católico no tuvo gusto -ningún rey lo ha tenido jamás- en fortalecer con elementos populares a las asambleas políticas del reino -el Canciller Ayala había escrito: "los vizcaynos son omes á sus voluntades, é quieren ser muy libres é muy bien tratados". Y desde el siglo X hasta el XIX, no sólo no han alzado una sola pretensión secesionista: se han sentido muchas veces sacudidos por un entusiasta fervor español. Será tan difícil negar estos hechos como es fácil comprobarlos a cualquiera.

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